El brillo de las nuestras, nuestro brillo

Autora: Reyes (@_EnFemenino)

91553.

Ese es el número que marca la historia. Esas fueron las personas que tuvieron la suerte de poder asistir ayer al Camp Nou a ver el partido que enfrentaba a Barça y Madrid en la fase de cuartos de final de la UEFA Women’s Champions League. Con esa cifra se superó ayer el récord mundial de asistencia a un partido de fútbol femenino, récord que hasta entonces ostentaba la final del Mundial de 1999 entre Estados Unidos y China. Final que se jugó en el Rose Bowl de Pasadena, en California y que albergó a 90185 espectadores.

Esa final supuso un antes y un después en Estados Unidos. El fútbol femenino pasó a ser, en un país donde son muchos los deportes que atraen a las masas, uno de los deportes más seguidos. Las jugadoras de esa generación inspiraron a miles de niñas que veían como Brandi Chastain marcaba el gol de la victoria en la tanda de penaltis para darle a su selección, en su casa, su segundo título mundial. El gol que hizo vibrar a 90000 personas en el estadio de Rose Bowl y a millones de ellas en sus casas. Ese evento fue el punto de inflexión para que el fútbol femenino estadounidense creciese hasta llegar a lo que hoy conocemos. Estadios que se llenan, con 30000 o 40000 personas para ver un amistoso de su selección sin importar el puesto que ocupe en el ranking mundial el rival. En esas gradas estaban las Tobin Heath, Lindsey Horan, Alex Morgan, Rose Lavelle y demás estrellas estadounidenses que, en ese momento, empezaron a soñar con estar ahí, en el sitio de Mia Hamm o Brianna Scurry. De esas gradas salió una generación dorada del fútbol femenino. Esas niñas soñaron, creyeron y llegaron a ser por ese partido.

Ayer vimos como los aledaños del Camp Nou se llenaban de familias, aficionados de todas las edades, de casi todos los puntos de nuestro país. Gente que lleva siguiendo el fútbol femenino casi desde antes de que existiese, pero también muchas personas que asistían por primera vez a un partido. Niñas a las que le brillaban los ojos cuando tenían delante a Alexia Putellas, a Patri Guijarro o a Sandra Paños, pero también cuando veían a Misa Rodríguez, a Claudia Zornoza o a Athenea del Castillo.  Muchas de esas niñas soñarán, creerán y llegarán a ser gracias a este partido.

Lo que engrandece aún más este hito es que se da en un contexto en el que ambos equipos juegan en una liga no profesional, en la que sus jugadoras llevan años luchando por tener unas condiciones mínimas dentro de su entorno laboral, en la que, a día de hoy, todavía luchan por que se les trate como lo que son, profesionales. Han llegado donde están pese a muchas personas que han intentado ponerle muchos obstáculos, a pesar de las voces que intentan apagar los gritos de jolgorio con comentarios vacíos que sólo buscan desviar la atención y restar importancia a lo que hacen. ¿Por qué nos empeñamos nosotros, los aficionados, en ser un obstáculo más? ¿Por qué estamos convirtiendo este momento, uno de los más grandes de nuestra historia, en una lucha de egos? ¿Por qué estamos empañando lo que debería ser una celebración sin precedentes?

No me importan los relatos de periodistas ultras que quieren apropiarse este récord. No me importa la acción puntual de una jugadora que, sí, se ha equivocado, pero en un hecho aislado. No me importa que el escenario fuese el Camp Nou, el Bernabeu o Las Gaunas. Hay algo que transciende a eso: el brillo en los ojos de esas niñas que ayer estuvieron allí, el mismo brillo que tenían las jugadoras que disputaron ese partido y que vieron recompensados años de lucha de ellas y de las que le preceden. El mismo brillo que se extendió por las más de 91000 personas que estaban allí y por las más de un millón que lo seguimos desde casa. El brillo en la mirada del fútbol femenino español. Mirada que contrastaba con la del resto del mundo que asistía algo sorprendida, con admiración y con algo de envidia sana al espectáculo que ayer se vivió en el Camp Nou.

Ayer brillaron ellas, brilló nuestro fútbol femenino y brilló el escalón que subimos camino de hacer nuestro deporte femenino una de nuestras mayores fuerzas. Un deporte que transmite los valores de compañerismo, sacrificio y respeto. Valores que todos deberíamos aprender.

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